Por: KESMIRA ZARUR LATORRE Enviada especial de EL TIEMPO
14 de junio 2001 , 12:00 a.m.
Cuando se viaja a Boyacá, el verde en todas sus formas y tonalidades anuncia que la carretera ya se acerca al territorio donde se libró la independencia.
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Y comienzan a salir al camino los niños vestidos con ruanas cafés, no se sabe si porque ese era el color de las ovejas o porque el oficio de la recolección de la papa se mezcla con esa tradicional capa de tierra fría.
En todo caso, lo único frío allá es la tierra, porque la calidez del boyacense y su amabilidad invitan a quedarse. Un buen pretexto para este fin de semana, que es puente, es asistir a los festivales de la ruana y el pañolón en Paipa y el del mueble rústico y los tejidos, en Nobsa.
Bogotá, hacia el norte. Si va en carro, tenga cuidado de no exceder la velocidad permitida, que es de 80 kilómetros por hora en la recta. La primera parada obligatoria es en Chocontá -la población que se hizo famosa por las antenas repetidoras- para desayunar con pan aliñado y recién horneado acompañado por un buen café. Siguen Villapinzón, tierra de cueros, y Ventaquemada, el municipio que da la bienvenida a Boyacá al turista.
Si en su archivo personal no tiene fotos del Puente de Boyacá, a unos pocos minutos de recorrido está este monumento patrio que conmemora las batallas que le dieron la independencia al país. Desde este punto, 14 kilómetros lo separan de Tunja.
Si lo desea, puede dar una vuelta por la plaza principal, para admirar la arquitectura colonial en todo su esplendor. Si no, déjese llevar por la misma carretera hacia Paipa, 43 kilómetros después.
Lo primero que debe hacer cuando llegue a Paipa, es comprar una ruana para estar a tono con el Festival de la Ruana y el Pañolón. Eso sí, pida rebaja. Como ya se acerca la hora del almuerzo, allí encontrará una amplia oferta de restaurantes.
Comprar la ruana es clave porque en la mayoría de establecimientos como hoteles, restaurantes y almacenes, le harán descuento cuando se la vean puesta. Para reposar el almuerzo, puede hacer una caminata alrededor del lago Sochagota, donde con seguridad evocará los paisajes de las campiñas francesas o suizas. En una de las orillas está el ya famoso Centro de Convenciones.
Otra alternativa es caminar por los toldos de la antigua plaza de mercado que está recreada en el parque principal de Paipa. Allí encontrará artesanía, señoras tejiendo a la usanza tradicional y mercado de animales.
Entre las actividades programadas para el festival están la fabricación de la ruana más grande -con miras a figurar en el libro de récords Guiness-, el reinado de ovejas, campeonatos de polo asnal, juegos típicos como trompo y golosa y, claro, venta de ruanas y pañolones.
Paipa se ha hecho famosa por sus termales, a las que se suman ahora terapias, masajes y completos spas, que hacen del viaje un culto al cuerpo. Por eso, puede quedarse a pasar la noche.
Al día siguiente, no tema por repetir ropa: vuelva a ponerse la ruana, primero porque el frío de la mañana se lo va a exigir, segundo porque si quiere seguir comprando con descuentos debe lucirla y tercero porque también habrá una maratón de la ruana bailable en la que todos los participantes deben tener esta prenda.
A media hora de Paipa queda el caserío de Punta Larga, una vereda del municipio de Nobsa que se hizo famosa primero por sus campanas y ahora por sus muebles rústicos.
Su historia se remonta varios siglos, cuando las familias Correa y Tristancho heredaron de los españoles el arte de hacer campanas. Aunque todavía son consideradas las mejores del país, la industria no es tan rentable como la de los muebles.
Y es que hacer muebles rústicos es un oficio que lleva unos 40 años. El secreto está en todo el proceso que se le hace a la madera antes del ensamblaje , explica Freddy Correa, heredero de El Campanario, uno de los grandes almacenes de muebles en el sector.
Antes de dejar el lugar, al costado oriental de la carretera hay un desvío que sube la loma. Es el camino al viñedo más alto del mundo: el del Marqués de Puntalarga, atendido por su propietario, el científico Marco Quijano, quien en una charla informal y acompañada por pruebas de las diferentes clases de vino que produce, le explicará detalles sobre el cultivo, la producción y, por supuesto, el jugo de las uvas.
Sus vinos se caracterizan por ser extracto de uvas de una sola especie, cultivadas a 2.618 metros sobre el nivel del mar, y consentidas día y noche. Eso les da nombres tan característicos como Cresta de Gallo, Gris de Gris o Blanco Nácar.
Una botella de cualquiera de estos vale 17.400 pesos. Hay otros más especiales, llamados de Calidad Superior a 46.400 y 60.000, según la calidad, la cantidad, el añejamiento y la cepa.
Pero el vino no es lo único especial de la loma. Muy pocas veces, se puede disfrutar de una copa con una vista como la que ofrece la casa del Marqués. Por un lado se observa toda la provincia de Sugamuxi y, por el otro, la de Tisquesusa.
Hay que volver a la vida real y comenzar el descenso, que finaliza en otras dos construcciones alucinantes: los hoteles San Luis de Ucuengá y Puntalarga, que funcionan en las antiguas haciendas de ese nombre. Son una buena alternativa para almorzar. En el segundo, pregunte por la Trucha Puntalarga y no se arrepentirá. Los postres están cruzando la carretera, en un portón de la hacienda Ucuengá.
Camino a los tejidos.
A veinte minutos de camino, y después de pasar por blancas y humeantes caleras, está Nobsa, famosa por su artesanía en lana virgen, por sus frutas en conserva y, ahora, por el sabajón de Feijoa. Alrededor de la plaza principal están todas las casas que como la de don Segundo Negro se han dedicado a producir y trabajar la lana durante más de 70 años.
En cualquiera de ellas consigue buenos regalos para el día del padre, como guantes y gorros a 45.000 pesos, cojines a 12.000, ruanas a 40.000 pesos o cobijas dobles a 45.000 pesos.
No se puede devolver sin entrar a conocer la iglesia de Nobsa o sentarse un rato en el parque a contemplar las veraneras o buganviles en flor, mientras los niños se encaraman a los árboles, montan bicicleta o juegan a las escondidas.
Comienza el regreso.
Una buena alternativa para el regreso es seguir hasta Tunja y de ahí adivinar para tomar la ruta a Villa de Leyva. O preguntarle al primer transeúnte que aparezca en el camino.
Aproveche para tomar las onces en Ubaté, donde despachan generosas porciones de aguadepanela con queso.
Esta vía es perfecta para comprar artesanías en cerámica, desde vajillas hasta materas y chorotes a precios muy cómodos. Eso sí, y como siempre, utilice la táctica del regateo.
Tomado de: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-490548
Muy lindas palabras haces que uno.verdaderamente se sienta orgulloso de su tierra y sus raices, "Muy bonito"
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